jueves, 7 de octubre de 2010

Desayuno con Diamantes.

—¿Conoce usted esos días en los que se ve todo de color rojo? 
—¿Color rojo? querrá decir negro. 
—No, se puede tener un dia negro porque una se engorda o porque ha llovido demasiado, estás triste y nada más. Pero los días rojos son terribles, de repente se tiene miedo y no se sabe por qué.

....

Dime que amas, dime que me deseas, dime que lo soy todo para ti! Entonces seré tuya.
 Dimmi che mi ami, dimmi che mi vuoi, dimmi che sono tutto per voi!Allora io sarò il vostro.

Solo un Beso

Un beso es sólo un beso.
Puede no significar nada....O puede cambiarlo todo.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Supongo que nada es para siempre. Se es feliz un momento, un instante detenido en la realidad, una pausa. Nos creemos que esa pausa durará siempre. Pero siempre habrá quien decida darle a ese botón que te devuelve a la cruda, espantosa y maldita realidad...
Esa en la que todo tiene consecuencias, en la que te das el canto en los dientes. Esa que el mismo destino, o quizá el infortunio decide que es hora de que vuelvas.
Y estoy cansada de que sea el destino quien gobierne, sí el tal destino estuviera personificado, sería la primera en arremeter contra él, exigirle mi libertad, mi derecho a ser feliz sin que el decida cuando, si no cuando yo quiera y porque yo quiera.
Pero no siempre la culpa es del destino. Tiene grandes cargos, pero no es el culpable absoluto.
A veces somos las personas las que echamos a perder las cosas. No valoramos aquello que tenemos, aquello que amamos, por lo que daríamos la vida...pero no sabemos cuidarlo. Porque tener a esa persona a tu lado es como sostener entre tus manos una frágil pieza de cristal. Es bello, es delicado. Pero se puede romper en cualquier momento.
Basta un paso en falso, un resbalón y la pieza se cae, se destroza. Y puedes volver a pegar las piezas. Pero quedará la cicatriz. Siempre.
Puede que tal vez la pieza no sea tan frágil a veces, y resista incluso, dos, tres caídas. Pero con cada caída se van perdiendo pedazos, y llega un momento en que las piezas ya no se juntan

....

¿Por qué cuando pensamos en la palabra "novio" ha de ser en ese tópico del "Eres mi vida entera", "Eres el aire que respiro" y demás pasteladas? No digo que las pasteladas estén mal, de hecho soy la primera a la que le gusta oirlas, pero cuando esas pasteladas se dicen a la dos días de conocer a alguien, pierden su veracidad.
Pierden todo el significado que encierran esas palabras.
Creo que de hecho, el estar con alguien, de verdad, sinceramente, es algo más de lo que esa sencilla palabra connota.
Estar con alguien, no es decir "es mi novio", es demostrarlo cada día, y no diciendo todas las empalagosidades del mundo. Si no sacrificando cosas por esa persona. Dandolo todo por él.
Una relación en la que no estás dispuesto a arriesgarlo todo, no es una relación verdadera.
Yo creo que se puede estar con una persona, sin que eso implique esa palabra, para mí tabú, tampoco tiene por qué saberlo medio mundo. Simplemente, es estar ahí siempre, para todo y por todo.
Es saber que si él se va al fin del mundo, tal vez irias detrás. Saber que si le pierdes, habría un tiempo en que todo perderia sentido, y su recuerdo siempre te perseguiría en sueños, en maravillosos sueños en los que el inconsciente te regala su presencia.
Es un simbolo que os una, es saber que estarías con él, más de mil horas seguidas, y no cansarte de él, si no beber de su presencia como si nunca más le volvieras a ver

Nosotras y ellos. (Rosa Montero)

"He tardado muchos años de mi vida en llegar a comprender que si me gustan los hombres es precisamente porque no les entiendo. Porque son unos marcianos para mí, criaturas raras y como desconectadas por dentro, de manera que sus procesos mentales no tienen que ver con sus sentimientos; su lógica, con sus emociones, sus deseos, con su voluntad, sus palabras, con sus actos. Son un enigma, un pozo lleno de ecos.Se habrán dado cuenta de que esto mismo es lo que siempre han dicho los hombres de nosotras: que las mujeres somos seres extraños e imprevisibles. Definidas socialmente así durante siglos por la voz del varón, que era la única voz pública, las mujeres hemos acarreado el sambenito de ser incoherentes e incomprensibles, mientras que los hombres aparecían como el más luminoso colmo de la claridad y la coherencia. Pues bien, de eso nada: ellos son desconcertantes, calamitosos y rarísimos. O al menos lo son para nosotras, del mismo modo que nosotras somos un misterio para ellos. Y es que poseemos, hombres y mujeres, lógicas distintas, concepciones del mundo diferentes, y somos, las unas para los otros, polos opuestos que al mismo tiempo se atraen y se repelen.
No sé bien qué es ser mujer, de la misma manera que no sé qué es ser hombre. Sin duda, somos identidades en perpetua mutación, complejas y cambiantes. Es obvio que gran parte de las llamadas características femeninas o masculinas son producto de una educación determinada, es decir, de la tradición, de la cultura. Pero es de suponer que la biología también debe de influir en nuestras diferencias. El problema radica en saber por dónde pasa la raya, la frontera; qué es lo aprendido y qué lo innato. Es la vieja y no resuelta discusión entre ambiente y herencia.
Sea como fuere, lo cierto es que hoy parece existir una cierta mirada de mujer sobre el mundo, así como una cierta mirada de varón. Y así, miro a los hombres con mis ojos femeninos y me dejan pasmada. Me asombran, me divierten, en ocasiones me admiran, a menudo me irritan y me desesperan, como irrita y desespera lo que parece absurdo. A ellos, lo sé, les sucede lo mismo. [...] A veces se diría que no pertenecemos a la misma especie y que carecemos de un lenguaje común.
El lenguaje, sobre todo el lenguaje, he aquí el abismo fundamental que nos separa. Porque nosotras hablamos demasiado y ellos hablan muy poco. Porque ellos jamás dicen lo que nosotras queremos oír, y lo que nosotras decimos les abruma. Porque nosotras necesitamos poner en palabras nuestros sentimientos y ellos no saben nombrar nunca lo que sienten. Porque a ellos les aterra hablar de sus emociones, y a nosotras nos espanta no poder compartir nuestras emociones verbalmente. Porque lo que ellos dicen no es lo que nosotras escuchamos, y lo que ellos escuchan no es lo que nosotras hemos dicho. Por todos estos malentendidos y muchos otros, la comunicación entre los sexos es un perpetuo desencuentro.
Y de esa incomunicación surge el deseo. Siempre creí que a lo que yo aspiraba era a la comunicación perfecta con un hombre, o, mejor dicho, con el hombre, con ese príncipe azul de los sueños de infancia, un ser que sabría adivinarme hasta en los más menudos pliegues interiores. Ahora he aprendido no sólo que esa fusión es imposible, sino además que es probablemente indeseable. Porque de la distancia y de la diferencia, del esfuerzo por saltar abismos y conquistar al otro o a la otra, del afán por comprenderle y descifrarle, nace la pasión. ¿Qué es el amor, sino esa gustosa enajenación; el salirte de ti para entrar en el otro o la otra, para navegar por una galaxia distante de la tuya?"